viernes, 27 de febrero de 2015

Los siete huérfanos de Ayotzinapa

Artículo publicado en El Universal el 26 de Febrero del 2015 por Dennis A. García

Los siete huérfanos de Ayotzinapa


Desde hace 5 meses perdieron a sus padres y hoy han sido olvidados por las autoridades. Se trata de América, Gabriela, José, Alison, Naomi y otros dos menores, hijos de normalistas, también víctimas de esta tragedia 

Tixtla, Guerrero.- La ausencia de la figura paterna desde hace cinco meses no sólo la vive América Campos y su hermana Gabriela, en la misma situación están José, Alison, Naomi y otros dos menores, todos hijos de alguno de los43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, quienes en septiembre de 2014 fueron entregados por el crimen organizado a la policía municipal de Iguala y Cocula para desaparecerlos.

El barrio del Fortín, en Tixtla, Guerrero, que vio nacer a José Ángel Campos Cantor, ahora es testigo de la situación en la que se encuentran su esposa y sus dos hijas, que, al igual que los otros cinco menores, han sido olvidados por las autoridades durante estos cinco meses.

Todos los días, América Natividad Campos González sale a vender dulces. En la entrada de su casa coloca una pequeña mesa en la que exhibe chocolates, chicles, paletas y chicarrones preparados.

La pequeña asumió un rol que no le corresponde, pero ante la falta de su padre, José Ángel, la necesidad la obligó a hacerlo para poder ayudar a su madre Blanca González Cantú.

A sus escasos ocho años, América sabe lo que es ganarse el dinero; cambió las muñecas y los ratos de diversión por obtener, si bien le va, 30 pesos al día para ayudar a su mamá.

Pero la menor, que cursa el tercer año de primaria, no sale sola; en ocasiones la acompaña su hermana Gabriela Guadalupe, de apenas seis meses de nacida, a quien sienta en sus piernas durante la jornada laboral.

En el Fortín la principal actividad es la alfarería y la albañilería, este último oficio lo ejercía José, quien al momento de la desaparición forzada tenía 33 años de edad, lo que lo hacía el más grande del grupo de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

América sabe lo que sucedió con su padre, por eso, además de la venta de dulces, desde hace tres meses participa de manera ocasional en las marchas para exigir el regreso con vida de su papá.

Su hermana Gabriela Guadalupe ni siquiera tuvo la oportunidad de convivir mucho con su padre pues al momento de los hechos ocurridos entre el 26 y 27 de septiembre de 2014, apenas tenía días de nacida.

La pequeña América Natividad también recibe apoyo de otras personas, como el de sus abuelos, que en ocasiones se han sumado a las marchas; Doña Romana vende por las noches elotes y picaditas para apoyar a sus nietas América y Gabriela, mientras que el abuelo Bernardo Campos Santos es quien se integra todos los días a las marchas y movilizaciones.

Padres ausentes

En las mismas condiciones de escasos recursos están José Ángel Abrajan de la Cruz y su hermana Alison, hijos del normalista de 24 años de edad, Adán Abraján de la Cruz.

El pequeño José Ángel, de ocho años, cursa el tercer año de primaria, y su hermana Alison apenas tiene tres años de nacida.

Adán entró a la Escuela Normal de Ayotzinapa con la idea de prepararse y ofrecer una mejor vida a su familia, que vive en un pequeño cuarto en donde su cama es un petate extendido en plena tierra.

La falta de recursos en la familia y ahora la ausencia de Adán, no dan más que para que los pequeños coman frijoles, arroz y si alcanza un pedazo de queso.

Otro de los normalistas que tienen hijos es Jorge Antonio Tizapa Legideño. A sus 20 años buscaba la forma de mandarle dinero a su hija Naomi Tizapa, de un año y medio de edad.

También de Tixtla, Jorge manejaba por las madrugadas una Urvan para juntar para los pañales y 300 pesos en efectivo para dárselos semanalmente a la madre de su hija.

Hilda Legideño cuenta que su hijo Jorge Tizapa ansiaba que llegaran todos los domingos pues era cuando su pareja le permitía ver a Naomi.

En este caso, la abuela no sabe mucho de Naomi, porque su nuera no le permite verla.

“Voy a ver la manera de ver a mi nieta porque mi hijo cuando regrese me va a preguntar: ‘¿Qué hiciste por mi hija?’”, menciona Hilda, quien no pierde la esperanza, al igual que los otros padres, de encontrar con vida a su hijo.

Mientras narra un poco la forma en que era Jorge, Hilda prepara papel crepé para elaborar flores y cortinas para venderlas el 10 de mayo. Así es la forma en que vive. Sentada en una de las butacas de Ayotzinapa, Hilda indica que “si vendo una, por lo menos ya saco para la comida del día”.

Recuerda que en el celular de otro de sus hijos tiene una foto en la que están juntos Jorge Antonio y Naomi. Con la mirada perdida muestra la fotografía de sus dos seres queridos que desde hace cinco meses no sabe nada de ellos.

“Casi no estoy en mi casa, prefiero estar en la escuela, porque si hay noticias de mi hijo van a llegar primero aquí”, asegura.

En el patio central de Ayotzinapa esperan 43 butacas con el rostro de cada uno de los normalistas. Ahí se aprecia que en el asiento de Doriam González Parral también es padre. En el pupitre resalta una manta bordada con un pequeño mensaje: “Papi, regresa”.

En otra de las sillas está la foto de Israel Caballero Sánchez, de 21 años, quien también tiene un mensaje pero en el árbol de Navidad que aún sigue en Ayotzinapa. “Tu esposa y tu hijo te estamos esperando”.


Artículo publicado en El Universal

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